
Cuando Jesús estaba próximo a ser arrestado tuvo una conversación con sus discípulos y entre otras cosas Él les dijo estas palabras: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.” Juan 15:3
La Palabra que Jesús les habló a sus discípulos durante todo el tiempo que ellos le acompañaron en su vida terrenal les limpió, y los hizo limpios principalmente porque les cambió su manera de pensar y al mismo tiempo les enseñó a distinguir entre el bien y el mal.
Efesios 5:25b-27 dice que “…Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.”
En estos versículos el apóstol Pablo está explicando a los de la iglesia de Éfeso, que la Palabra purifica al creyente y la mejor forma de darles un ejemplo fue decirles que Cristo santificó a Su iglesia “purificándola al lavarla con la Palabra” pues así les quitó toda mancha que pudieran tener.
Es por eso que la persona que lee y medita diariamente en la Palabra de Dios, al mismo tiempo que la lee, también debe estar reflexionando en cómo aplicar a su propia vida lo que está leyendo.
La Palabra de Dios no debe leerse apresuradamente, debe meditarse y reflexionar en ella, para que al leerla, ella nos muestre en qué área de nuestra vida necesitamos ser limpiadas y así se produzca en el creyente, el deseo de mantenerse en esa santidad que Cristo alcanzó para nosotras, pues estos versículos dicen que Cristo nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotras, para que fuésemos santas.
Concluyendo, perseveremos en la lectura de la Palabra de Dios, para distinguir entre el bien y el mal, para alumbrar con la luz de su Palabra a nuestro entorno y poder proclamar las Buenas Nuevas de salvación y vida eterna a toda criatura.
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