
Cuando tenemos la oportunidad de saludar y conversar con diferentes personas por un momento, surge la plática de las situaciones difíciles que probablemente está atravesando la otra persona, o el país, y muchas veces “por costumbre” le aconsejamos que “hay que orar por esa situación” y que Dios va a responder.
Antes de aconsejar a otros que oren por un problema que tengan, debemos empezar con nosotras mismas.
¿Cómo está nuestra relación con Dios? Porque para conocerlo hay que tener una relación con Él, de tal manera que Él sea la primera opción para acudir en busca de auxilio.
“Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.” Juan 14:13-14
Apartemos un tiempo específicamente para orar, si oramos en medio del ajetreo la mente puede empezar a divagar y nos podríamos perder el deleite de ese tiempo de intimidad con Dios. Por otra parte, a veces se nos olvida dar gracias por el amor perfecto de Dios, que un día tuvo misericordia de nuestra vida y dio a su único Hijo en sacrificio por nosotras, y esa es la mejor razón para estar orando y dando gracias a cada momento.
Como conclusión, el objeto de la oración no es obligar a Dios a que Él haga lo que nosotras queremos, puesto que manipular a Dios es imposible. El objeto de la oración es acercarnos a Él y vivir en comunión con Él.
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